En la segunda década del siglo XX, las películas de cine eran exhibidas en teatros adaptados como salas de proyección. El film se dividía en varios episodios, dependiendo de la longitud de la cinta. Al final de cada episodio, se proyectaba otra película corta de carácter documental.
El cine invitaba a vivir por momentos, fantasías más allá de la vida real, muy efectivo en una época bélica que necesitaba justamente aliviar el dolor producido por las miserias de la guerra.
Por unos cuantos centavos, se podían revivir pasajes históricos en "¿Qu Vadis?", "Cabiria" o "Los últimos días de Pompeya". Para los amantes del drama amoroso, se exhibian "Celos de Ultratumba" o "Una novia caprichosa". Para los aficionados a las emociones fuertes y el suspenso, estaban "El peligro amarillo", "Fantomas", "La nueva misión de Judex" o "El maniquí de Nueva York". Para reír, nadie mejor que el famoso Chaplin, ver Charlot o La novia india de Fatty.
De esta forma, el cinematógrafo cada vez más popular, provocó el surgimiento de grandes artistas como Charles Chaplin, Buster Keaton y Fatty Arbuckle quienes ayudaron a dar al naciente cine el sobrenombre de “Séptimo Arte”.
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